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martes, 29 de marzo de 2011

La Otreidad. (El día que Nietzsche lloró).



A veces adivino entre las personas ese afán de comunicación. Bastan unas simples copas (en el mejor de los casos) para que la gente se muestre más abierta, más tierna, con ganas de abrirse a sí mismos ante los demás. Son momentos densos en los cuales crees descubrir de verdad la verdad del otro; crees que el otro no es un extranjero sino un amigo, un 'prójimo'; crees que si estrecha tu mano conservarás la caricia permanentemente en tu corazón como algo certero; crees que la otreidad no existe sino que fue un truco de magia inventado por un ser maligno para hacernos daño. Son momentos perfectos como lo es el firmamento plagado de estrellas, el color del vino tinto añejo o el olor de un libro antiguo.


Pero también son momentos fallidos. Las primeras veces que tienes esa sensación piensas que realmente vas a lograr establecer contacto con el mundo exterior, con los llamados tus 'semejantes', tus 'prójimos'. Inocencia, ingenuidad o tal vez necesidad. Lo cierto es que a medida que maduras te das cuenta de que esos momentos no son reales, es decir, son reales, se dan de facto, pero no son verdaderos, o quizá son los únicos momentos verdaderos que tienes con los demás y debes aferrarte a ellos como un bebé se aferra al  pecho de su madre intuyendo que tras el período de lactante solo resta el vacío, el dolor, el desgarro y la desesperanza.


Esos momentos no llevan a ningún sitio. Al día siguiente despertarás y habrá pasado la resaca física o anímica. Te reunirás con la misma gente y te sentirás incómodo y disimularás esa incomodidad con una sonrisa boba y unas frases banales. Pero la magia de sentirte amigo y amado habrá desaparecido como la lluvia fina que humedece agradablemente el cuerpo pero se seca casi al instante y da paso de nuevo al sudor frío.


Decía Nietzsche que los verdaderos amigos son aquellos que te dejan solo en las adversidades y acuden a ti en los momentos felices porque ello te hace más fuerte, y los amigos, si lo son de verdad, solo desean tu bien, tu superación. Quizá tenga razón y quizá no, en cualquier caso, es la reflexión de un hombre que fue traicionado sistemáticamente por los pocos amigos que tuvo.


Demasiado inteligente, demasiado sensible. Mala combinación para creer en el otro, en el 'prójimo'; nefasta combinación para encontrar la felicidad; fatídica combinación para vivir...para sobrevivir.







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