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viernes, 9 de septiembre de 2011

Hobbes y la hipótesis aniquilatoria

De Corpore
Thomas Hobbes es un filósofo recordado fundamentalmente por su obra Leviatán, donde hace una fundamentación de la monarquía absoluta, y por su famosa sentencia: homo homini lupus. Sin embargo, hay una vertiente poco explorada del pensador inglés pero sumamente interesante. Me refiero a la aportación a la ciencia que le llevó a eternas disputas de geometría con algunos miembros de la Royal Society a partir de su redacción del De Corpore.

Obviando la discusión generada a partir de esa obra por la cuadratura del círculo, vamos a centrarnos en la hipótesis aniquilatoria hobbesiana, por considerarla de mayor valor que las inacabables disputas entre el filósofo y el matemático John Wallis.

Para que el lector se centre, hay que observar, en primer lugar, la identificación que Hobbes establece entre Filosofía y Ciencia. En las primeras páginas del De Corpore presenta una definición reveladora de lo que es la Filosofía: "...Filosofía es el conocimiento por medio del recto razonamiento de los efectos o fenómenos en base al concepto de sus causas o generaciones, y aún de las generaciones posibles en base al conocimiento de sus efectos". Se prescinde, por tanto, de cualquier consideración de carácter metafísico. Cuando Hobbes habla de conocimiento habla de conocimiento de los fenómenos sensibles y al concepto de aquello que los causa. A partir de ese conocimiento es posible la predicción de los fenómenos futuros estableciendo así, las bases de la ciencia.

El filósofo ingles introduce un doble orden de conocimiento. Hace una distinción entre:

- Conocimiento originario o de hecho, referido a los conocimientos fácticos que están disponibles a los hombres merced a su capacidad de percibir. El universo en que se enmarcaría este discurso sería el de los cuerpos particulares sujetos de operaciones físicas determinadas por la legalidad mecanicista.

- Conocimiento científico o derivado. Este tipo de conocimiento quedaría revestido, a diferencia del anterior, de universalidad y carácter formal que caracteriza el saber propiamente científico.

La idea sería la siguiente: a partir de los datos obtenidos mediante los sentidos, se establece en último término la organización del conocimiento científico ya que estos materiales son recogidos por la memoria y filtrados por el aparato artificial y convencional del lenguaje. La mente humana construiría así un saber científico que siendo formalmente cierto, comunicaría un constante coeficiente de deformaciones a la realidad que debe reflejar merced a los materiales de la sensibilidad que comunica. La mente no podría conocer la naturaleza sino en la forma de objetos que sufren la deformación impuesta por la imperfección de la imaginación humana.

En este punto introduce Hobbes su hipótesis aniquilatoria que queda definida como una función metodológica del aniquilamiento del Universo a excepción de un hombre que conserva la memoria de las ideas o imágenes de los cuerpos y de los movimientos percibidos en presencia de ellos. Esta hipótesis no tendría connotaciones ontológicas ya que éstas habrían sido eliminadas en el conocimiento originario o de hecho en el que la realidad del mundo externo ha sido calificada en términos de cuerpos individuales que producen efectos particulares según ley o regla. Hobbes introduce esta hipótesis para el tratamiento del conocimiento derivativo o científico puesto que la hipótesis aniquilatoria nos enuncia las condiciones en las que el conocimiento científico se realiza con independencia de la realidad externa. La ciencia está formada por un conjunto de conocimientos que se realizan a través de la elaboración de imágenes, de esos fantasmas que conservamos en la memoria llamada a un sistema de operaciones y cálculos, al análisis de los contenidos de la sensibilidad, y a la articulación lingüística de los datos. El esquema hobbesiano de percepción externa en términos de una apariencia que no transciende el ámbito de la subjetividad es solidario con su filosofía mecanicista y materialista. El esquema de la imagen de las cosas externas como modalidad interna de la apariencia perceptiva fue ya utilizado en la construcción de la idea de espacio como imagen de la exterioridad abstracta. Hobbes elaboró así la idea de espacio imaginario como una suerte de instrumento metodológico para representar la extensión abstracta como sistema artificial de puntos, posiciones y lugares en relación a los cuales solo podemos considerar la cinemática de los objetos físicos. Esto es, como abstracción mediante la cual los cuerpos, despojados de accidentes y propiedades, se presentan como simples objetos externos. Fijado el espacio imaginario, puede pasar a describir el comportamiento cinemático de los objetos físicos. Hobbes conecta la idea de tiempo sobre la base del movimiento representado como adquisición de puntos distintos del espacio imaginario por parte de un cuerpo reintroducido tras la hipótesis aniquilatoria. También el tiempo aparecerá como sistema artificial de dimensiones realizados por la mente humana (obsérvese la diferencia de esta concepción con la desarrollada en la Estética Transcendental kantiana). Con esta concepción del espacio y del tiempo, Hobbes se enfrenta a las interpretaciones intuicionistas al afirmar que las grandezas espaciotemporales no son poseídas mediante la intuición sino mediante repetición de operaciones de cálculo. En este punto, Hobbes anuncia explícitamente la función central que va a tener en su filosofía la composición como instrumento de construcción de los parámetros del mundo físico. Mediante esta técnica se podrán reconstruir todos los cuadros teóricos de la metodología científica.

Espacio abstractoCon este módulo epistemológico, Hobbes consigue una doble definición: por un lado, enuncia el cuadro del determinismo universal de los fenómenos naturales; por otro lado, con el esquema del conocimiento científico o derivativo, modula un saber que, a través de la lógica y la lingüística de los datos perceptuales y un aparato de cálculo, construye una ciencia con criterio interior de validez. El aparato simbólico-calculístico del sistema queda en función de una interpretación del mundo en términos de comportamientos cinéticos de la materia. Las definiciones quedarían como dispositivo de instrumentos teóricos capaces de calcular todas las posibilidades de comportamiento de los procesos naturales.

Concluimos diciendo que Hobbes en su obra De Corpore estaba enunciando una metodología filosófica en la que rigor y certeza demostrativa no eran prerrogativas reservadas a la Matemática sino que podían ser generalizadas a cualquier universo de discurso dotado de grandeza espacio-temporal. Física, ciencias naturales, ética y filosofía civil podrían aspirar al mismo estatus epistémico de certeza demostrativa que la geometría.
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He utilizado la siguiente bibliografía para redactar este artículo:

- De Corpore: Pars Prima, Computatio sive Logica. Università degli Studi di Milano. Anno Académico 1959/60. Edizioni Universitaire La Goliardica.
- Gargani, Aldo G.: Hobbes e la scienza. Giulio Einaudi editore. Torino, 1971.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Laika

Andrea siempre quiso tener un perrito para poder jugar con él. Cuando contaba con seis o siete años sucedió que un día su padre llegó a casa sujetando entre sus brazos un cachorro hembra de color chocolate de grandes orejas, mirada triste y con aspecto totalmente desvalido. Laika era más o menos así:

Laika

Se la instaló en la terracita que tenía Andrea en casa pero le prohibieron dejarla pasar al piso; si quería jugar con ella tenía que salir afuera y, además, le dijeron a Andrea que no jugase con ella, que no le tomara mucho cariño porque si no sería peor (ella no entendía qué había de malo en tomarle cariño a Laika). Un día, aprovechando que su madre había ido a comprar, le abrió la puerta y Laika corrió por todo el piso meneando el rabito con fuerza. Por supuesto, enseguida hizo pis y demás en medio del pasillo. Andrea se esmeró en limpiarlo todo para que su madre no se diese cuenta de que Laika había campado a sus anchas por toda la casa.

Al cabo de unos meses, se llevaron a Laika a un jardín que era propiedad de la familia de Andrea situado en la parte de detrás de la finca. Andrea no podría ir a visitarla puesto que apenas le dejaban salir sola a la calle si no era para ir al colegio, pero entre sollozos cayó en la cuenta de que la perrita sería mucho más feliz en un jardín que en la terracita de su casa. Acompañó a su padre al jardín para despedirse y observó con horror cómo su padre le ponía a Laika una correa y ataba el extremo a un árbol. La correa no mediría más de dos metros. Laika se puso a llorar cuando vio que la iban a dejar allí pero ni el padre de Andrea ni mucho menos su madre parecían mínimamente afectados por hacer aquello. Andrea estaba como en estado de shock, no quería ni podía creer que estuviese sucediendo realmente aquello. Por las noches se imaginaba a Laika llorando atada al árbol y sentía ganas de morir al saberse impotente de hacer nada por solucionar la situación. Algún día - pensaba-, algún día te sacaré de ahí y nos iremos a pasear juntas y si no me dejan, algún día nos iremos a vivir tú y yo a una casa donde puedas corretear a tu gusto.

Un par de veces al año el padre de Andrea se iba a cazar y se llevaba a Laika con él. Cuando volvía, subía un momento al piso con ella y Andrea aprovechaba para abrazarla con fuerza y Laika temblaba de emoción, se ponía tan nerviosa que golpeaba con su rabito la pierna de la niña y, aunque le hacía daño, ella no se quejaba. Pero, al cabo de unos minutos, el padre arrastraba con fuerza a Laika fuera del piso para llevarla otra vez al árbol del jardín donde iba a pasar meses hasta poder volver a jugar con alguien y la perrita se resistía llorando, más bien aullando de desesperación. Andrea lloraba por dentro pero recordaba su promesa: Algún día, Laika, algún día.


Años después, una vez se le presentó a Andrea la ocasión de poder visitar durante un buen rato a su querida Laika. La perra tiene caparras -dijo una vez su madre- ¿tú te atreverías a quitárselas?  La niña no lo dudó ni un instante (tampoco sabía siquiera lo que eran las caparras ni cómo quitarlas), solo sabía que iba a poder estar con Laika y abrazarla. Fue al jardín sola por vez primera, antes de llegar Laika ya la había olido y se puso a ladrar como loca de alegría. Después de abrazarla y jugar unos minutos con ella, la tranquilizó un poco, y se puso a quitarle una especie de bichejos en forma de huevecitos que tenía adheridos al cuerpo, sobre todo en las orejas; después los tenía que aplastar con los dedos. La madre observaba desde lo alto de un balcón con una mezcla de asco y susto por si la perra (como ella la llamaba) mordía a Andrea. Por el contrario, Laika soportaba con resignación el proceso, varias veces le salió un hilillo de sangre de allí de donde extraía la niña la garrapata. Andrea se tomó su tiempo porque quería que quedase completamente limpia y porque deseaba estar lo máximo que pudiese junto a ella. Laika estaba muy quieta mirando con agradecimiento a Andrea y, de vez en cuando, le daba un enorme lametón en la cara, para satisfacción de la niña. Cuando acabó, le curó las heridas y le dijo: Algún día, Laika, algún día. Su madre la apremió para que volviese a casa y Andrea salió del jardín tapándose los oídos para no escuchar los ladridos de llanto y los intentos desesperados de Laika por zafarse de la correa sujeta al árbol e ir tras la niña.

Una tarde de otoño Andrea entró en casa y vio a su madre muy seria mirándola. Andrea preguntó qué pasaba y su madre le respondió secamente que la perra había muerto. La noche anterior, Laika había conseguido al fin romper la correa que la sujetaba al árbol, había saltado la verja del jardín y había dado la vuelta a la manzana hasta llegar al patio de la finca de Andrea. Una vecina vio a una perra color chocolate rascando con la patita en la puerta del patio y llorando en espera de que le abriesen. Laika vio que Andrea no respondía e intentó volver al jardín para esperarla allí, pero, al pasar por las vías...el tren hizo el resto.

Andrea tenía entonces doce años. No tuvo tiempo de cumplir su promesa y Laika decidió que ya había esperado bastante el: Algún día, algún día.

Cuando, años después, Andrea vio el final de la película Alguien voló sobre el nido del cuco, entendió que ella era el indio que algún día rompería la correa, saltaría la verja del jardín y que, esa vez, ningún tren podría detener a ... Laika.




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