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sábado, 12 de marzo de 2011

La conversión - Die Verwandlung-. (Kafka: Parte II)*


Me llamo Gregorio Samsa y soy uno de los personajes más trágicos de la historia de la literatura. También se  me podría considerar el alter ego de Franz Kafka o, más acertadamente, su verdadero ego. El que vosotros os identifiquéis o no conmigo a estas alturas de la película, seamos sinceros, me la sopla bastante. El que da testimonio de su sufrimiento no recibe ningún consuelo por que el prójimo empatice con él...a no ser que hablemos de gente necia, que la hay y en gran cantidad.

Lo cierto es que la mañana en la que fui consciente de haber sufrido la metamorfosis comenzó mi verdadero dolor. Una cucaracha, en eso me había convertido para el resto del mundo y para mí mismo. Un gigantesco y repugnante insecto que conservaba, no obstante, un cerebro totalmente humano capaz de seguir pensando y, por ende, sintiendo.

Como suele pasar con todas las obras de mi verdadero yo, Franz Kafka, ésta también fue malinterpretada por un nutrido grupo de ávidos lectores dispuestos a fantasear un rato con un libro sin penetrar en el alma del mismo. La verdad es que no existe Gregorio Samsa el comerciante de telas, ni siquiera existe Franz Kafka, lo único realmente verdadero es el monstruo, el insecto, la gigantesca cucaracha. ¿O es que nunca os habéis mirado a través de los ojos del prójimo?

Franz Kafka

Lo que hizo Kafka fue quitarme la máscara a mí, a Gregorio Samsa, y mostrar a la humanidad cuál es su verdadero rostro sin ese maquillaje carnavalesco o santurrón con el que gusta intentar consolarse. Pero la humanidad, vosotros, no os dísteis por aludidos y preferísteis creer que el insecto era algo ajeno, una mala pesadilla transformada en buena literatura. ¡Oh! Este judío checo, ¡qué talentosa imaginación! ¡qué pesadilla para cualquiera el convertirse en un ser abyecto indigno de ser querido!...En eso os quedasteis algunos, ¿verdad?

Es curioso. ¿Recordáis cómo me trata mi familia cuando descubre que ya no posee un hijo que les atiende sino un ser desprotegido y grotesco? Mi padre renegó de mí al instante; mi madre, aún sintiendo lástima, no iba a desobedecer a su marido; mi hermana me trató con mimo durante algún tiempo pero solamente hasta que su conciencia se tranquilizó mediante el manido autoengaño del: yo no pude hacer más por él. Y entonces quedé solo y me dejé morir lentamente, sin nada que me confortase. Pero yo, Gregorio Samsa, desaparecí de este mundo sin ningún tipo de rencor, justificando el comportamiento de todos ellos hasta el final porque Kafka, la cucaracha, era incapaz de sentir odio ni rabia hacia el prójimo. ¿Eso quiere decir que yo, Gregorio Samsa, era tan estúpido como para no darme cuenta de que mi padre era un auténtico bastardo, mi madre una perra, y mi hermana una hipócrita que escondía su natural egoísmo en una maraña ininteligible de preceptos religiosos? No. Sencillamente, yo no era mejor que ellos: solamente un malnacido con espíritu de perro que deseaba fervientemente poder encontrar en el prójimo un motivo para creer. Por ello sostenía a mi familia. Por ello cuando vi que mi cuerpo se había transformado en el de un insecto lo primero que me escandalizó fue el pensar que no podría ir a trabajar esa mañana, que no podría llevar un sueldo con el que dar de comer al bastardo, a la perra y a la hipócrita. Por ello, el débil lazo que nos mantenía comunicados se desató y lo que solamente en sueños y en pequeños momentos concretos se me antojaba sentirme amado, se desveló mostrándose como lo que había sido siempre: puro interés comercial.

Franz Kafka

Dejé de ser útil para el mundo, dejé de ser presentable ante el mundo, dejé de ser falsamente amado...y, poco a poco, la quitina que conformaba mi caparazón se hizo más resistente, mis patitas peludas se volvieron más confortables, y comencé a asumir lo que siempre había sido yo para los demás: un ser repulsivo fruto de una equivocación. Hacía muchos días que mi nueva constitución me impedía derramar lágrimas, con lo cual, el dolor iba acumulándose en el interior sin permitir el triste desahogo del llanto. Pero, al final, ya no quedaba tormento por el que penar. No había nada, absolutamente nada, por lo que mereciese la pena seguir  con vida. Y decidí dejarme morir discretamente en un rincón; sin gemidos ni aspavientos, sin hacer ruido; a fin de cuentas, ¿para qué quejarse si sabes que a nadie le importas más que para utilizarte económicamente, sexualmente, o como modo de medrar? Y, sin embargo, yo era la cucaracha y los demás creían que eran los prójimos. Ciertamente tiene su gracia.

Me comentaron que mi familia barrió mis despojos y los tiró al contenedor de la calle vigilando que nadie pudiese ver siquiera mis repugnantes restos; no por respeto, claro, sino para no sentirse de nuevo avergonzados por mi existencia ante los demás.

Y hoy, casi un siglo después de que yo, Gregorio Samsa , el insecto, el monstruo creado por Franz Kafka, viese la luz en su obra La Metamorfosis, no puedo menos que deciros lo siguiente: quien no haya sido consciente de ser él mismo ese abominable insecto es que carece de corazón y de cabeza. 

Pero no os inquietéis, seguid creyendo que sois distintos a mí y que alguien os hace caso por algo distinto a su propio interés. A fin de cuentas, estáis leyendo las elucubraciones de un hombre transformado en insecto que en realidad era un insecto que creyó ser hombre y que no existió más que en la mente de Kafka, ese genio tildado por muchos de loco. ¿O no?  

Seguid a lo vuestro, hombrecillos de paja, y si alguna vez notáis los síntomas de que comienza vuestra metamorfosis...no hagáis caso, seguramente es solo un mal sueño. 



Franz Kafka

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* He traducido el título al castellano como La conversión por ser mucho más fiel al término alemán 'Verwandlung'. El motivo por el que se publicó la obra en España como La Metamorfosis, no deja de ser puramente comercial y atentar contra el espíritu literario de Kafka.

* Podéis encontrar la primera parte de esta colección de artículos sobre este genio de la literatura universal aquí.

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