La Estética del S.XXI aparece circunscrita en un horizonte de objetivos mínimos en el que no se busca la aprehensión de los valores fundamentales.
Este fenómeno, que se ha extendido a otras parcelas de la Filosofía -especialmente a la Ética-, responde a una actitud de desdén hacia las grandes concepciones dogmáticas de antaño. Si bien es cierto que estas concepciones adolecen de un carácter refractario y unilateral, no por ello debemos desechar ciertos elementos presentes en ellas.
Es por ello que la visión estética de Nicolai Hartmann constituye un soplo de aire fresco en tanto en cuanto se centra en abordar algo rechazado por la mayoría, a saber, lo bello, sin pretender por este motivo limitar su ámbito de conocimiento. Su definición de Filosofía como el estudio de aquellas cuestiones que no pueden resolverse totalmente y por ello son perennes nos da una idea de su carácter antidogmático y de su pretensión de alcanzar limitados pero sólidos conocimientos.
Para Hartmann los objetos de la Estética son dos: la actitud de entrega y éxtasis del contemplador y aquello a lo que se dirige: lo bello.
Si nos detenemos un momento a reflexionar vemos que aparece del todo fundamental lo bello en ambos. El objeto estético es portador del valor de lo bello y, además, el sujeto que está en actitud contemplativa dirige su mirada hacia el objeto, pero no como contemplaría cualquier otro objeto sino como objeto específico que posee esos valores de lo bello.
Y, ¿de qué manera la belleza está adherida a los objetos estéticos? En cada objeto lo bello se adhiere de forma especial, pero no en cuanto modalidades ónticas independientes de la forma de ser y de la fuerza perceptiva del sujeto sino que está condicionado por una actitud determinada. Al respecto hay que concluir que no existe un objeto estético 'en sí' sino solo 'para nosotros'; de esta manera no existe un ser bello en sí sino un ser bello para alguien. Pero no por ello estamos cayendo en una posición de subjetivismo psicologista. Hartmann no afirma la subjetividad de lo bello sino solamente un estado de codependencia respecto al sujeto. La unidad verdadera se da en la interrelación entre el sujeto contemplador y el objeto estético.
La Estética tradicional ha caído en un error del que se deslinda claramente Nicolai Hartmann. Me refiero a la identificación entre la aprehensión estética y la intelectual -al estilo de Ficino-. El error consiste en sostener que la aprehensión estética que se da bajo la forma de intuición es un tipo de aprehender semejante al cognoscitivo. Si bien, sostiene Hartmann, hay momentos del conocer en la aprehensión estética ya que partimos de objetos del mundo sensible, ésta se desliga totalmente de este otro tipo de aprehensión en los posteriores momentos del acto hasta el punto de que este primer momento quedaría subordinado a los otros; no es lo esencial de la intuición. En el acto estético habría una doble visión entrelazada:
- La primera está dirigida por medio de los sentidos a lo que existe realmente.
- La segunda está referida a aquello que solo está ahí para nosotros los contempladores.
Esta doble visión queda perfectamente aclarada con la teoría hartmaniana de los estratos del objeto. Siguiendo a Ficino, por ejemplo, el contemplador puede separar en el objeto estético lo 'bello inteligible' purificándose interiormente y elevándose en una visión no mediatizada por los sentidos. El parecer de Hartmann, por el contrario, es que esta influencia sensible es esencial en el acto de aprehensión estético. No le es posible al sujeto que contempla separar la belleza del objeto porque, al fin y al cabo, lo único que sabe de ella es que la siente, tiene como consecuencia de su actitud hacia el objeto una especie de intuición, pero estética, de ninguna manera intelectual, y, por tanto, es indispensable tener como instrumentos para esta captación los sentidos externos.
Hartmann define el objeto bello como un producto de estratos o planos: el primer estrato sería el único real, los demás son un mero aparecer. Los estratos del objeto estético son los mismos estratos ónticos que constituyen el mundo real: cosa-vida-alma-mundo espiritual. El ser bello no depende ni solo del primer plano ni de los estratos del trasfondo, sino de la especial relación entre ambos, es decir, del aparecer como tal. Los estratos inferiores son los portadores y los superiores los portados, entonces, conforme nos elevamos a estratos más altos se siguen conservando los de abajo; por tanto, es fácil deducir de aquí la importancia del primer estrato: la cosa sensible, viendo que es ella la portadora de los demás su uso se hace imprescindible.
Por eso es fundamental que el artista no omita ningún estrato en la obra de arte puesto que si lo hace, ésta se presentará como algo no intuible y su belleza quedará distorsionada. Los estratos superiores están ocultos en el interior y su aparición solo puede darse en la transparencia de los estratos externos. La razón de ello es clara: las artes se dirigen a los sentidos pero estos están unidos a lo cósico, no proporcionan directamente ni lo anímico ni lo vivo. Deben ser los estratos superiores los estéticamente profundos los encargados de tal tarea.
Un dato más a resaltar es que si bien los estratos inferiores se caracterizan por su multiplicidad y diversidad, los estratos superiores están ciertamente emparentados y casi se puede decir que son idénticos. Hartmann destaca un fenómeno: todo arte menor o mediano diverge ilimitadamente y se acerca a la incomparabilidad; todo arte verdaderamente grande converge y se acerca a la identidad. En este sentido, obras como el Partenón, la Capilla Sixtina, el Requiem de Mozart...etc, vistas por encima tienen poco que ver entre sí pero, si son observadas con mirada penetrante, la convergencia resulta convincente.
En otro orden de cosas, se suele hablar de la impotencia de los valores estéticos frente a los morales en el mundo real. Esto es cierto en el sentido de que en los valores morales se adhiere un 'deber ser' que exige una realización. Los valores estéticos, en cambio, no se realizan sino que solo se realiza su aparecer en una relación de aparecer. Ahora bien, en su propia esfera no son en absoluto impotentes sino de una omnipotencia muy peculiar ya que aquí no domina otra legalidad que la suya. No hay leyes naturales que se opongan ni ningún otro tipo de obstáculos (cosa que sí ocurre con los valores morales) puesto que en la esfera estética el creador forma según su medida. Gozan tanto de autonomia como de autarquía por lo que se puede hablar de ellos como valores de la desrealización (esta característica hace referencia a que son valores de un ser muy alejado de la realidad completa y que no tienen pretensión a ella). Aquí es donde descansa, según Hartmann, el poder del arte: en dejar aparecer lo que no es. En este plano es el artista el que tiene la palabra en el sentido de que es el que 've' las ideas (estéticas) y las entrega a la humanidad. El artista intuye, siente el valor de lo bello y con su trabajo hace que dicha intuición sea compartida por el resto.
Pero Hartmann habla de una generalidad intersubjetiva entendida como consentimiento de quienes están capacitados para ello. Solo una educación artística y una actitud adecuada de acercamiento al objeto puede asentir a un juicio de valor. Se advierte cierto elitismo en estas declaraciones pero también son de una lógica aplastante: Hartmann no priva a ninguna persona de gozar del objeto estético pero para valorarlo en su justa medida no solo basta con contemplarlo sino con poseer una serie de conocimientos sobre arte de los cuales carece la mayoría.
El valor de lo bello queda determinado como algo ateleológico en tanto que en la vida práctica el valor estético es inútil, se presenta como algo más allá de la necesidad: las cosas elevadas son inútiles precisamente porque son elevadas. Pero no hay que confundir inutilidad con superfluidad puesto que como declara Hartmann, el valor estético no puede considerarse como valor de algo real sin más, como sucede en los valores morales, sino valor de algo que solo consiste en el aparecer, y esto es algo único en el reino de los valores.
Los valores estéticos son fuerzas puras donadoras de sentido, y esta donación de sentido consiste en la convicción de estar frente a algo absolutamente valioso. Lo que logra el valor estético no es un cambio real sino un cambio interno; aquí no se supera nada sino que se obsequia un bien espiritual; la fuerza que se ejerce no es real pero sí apresa el ánimo real.
Como último apunte decir que para Hartmann solo el arte que surge de la vida ligada a la cultura puede llevar a obras que destaquen intemporalmente. Y, esta labor solo la pueden llevar a cabo los grandes artistas, de tal forma que no solo retienen siempre el espíritu objetivo vivo, sino que lo hacen fructificar demostrando ser inagotables.
P.D.: En la sección Balas de Belleza de este blog, he puesto un pequeño vídeo que ilustra perfectamente lo expuesto aquí.
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