domingo, 8 de mayo de 2011
Archivo de texto: una historia cualquiera
Todas las personas seguimos un camino, el camino que guía nuestra vida. Sin embargo, hay personas que viven una existencia plagada de historias porque el camino que han elegido asemeja a la propia naturaleza: mudable, caótica, alterable, y, al mismo tiempo, sabiamente armónica, regida por leyes inmutables y constantes. Algunos caminos son más interesantes que otros: caminos repletos de sentimientos, de relaciones, de rebeliones...La historia que marcó mi vida es una de tantas, una pequeña gota en este inmenso río inestable al que llamamos mundo. Pero, es precisamente ese devenir incierto, cambiante, el que hace que nos aferremos a aquellos instantes en los que creemos dominar la situación, a esos momentos que desearíamos congelar, mantener, cincelar. Personalmente no conozco un modo mejor de inmortalizar un instante que transformándolo en literatura. La historia que quiero retratar aquí es la historia de un camino, es mi historia.
Hubo un tiempo en que pensaba que el destino había querido para mí una vida excepcionalmente azarosa. La causa de mi existencia radicaba en la casualidad. Hoy sé que esto no es cierto, aunque...tampoco sé mucho más.
El espectáculo había concluido. Tras serme arrancado el corazón de cuajo, sentí que carecía de una noción real del mundo exterior. Mis ojos ya no veían más que tinieblas, mis oídos se habían cerrado a la música, mi paladar degustaba tierra, mi olfato percibía el hastío y mis manos solo lograban rozar la nada. Me daba la impresión de que era la protagonista de una pesadilla, una pesadilla que no había elegido sino que me había sido impuesta de un modo atroz y gratuito. Caminaba por la acera y era consciente, a cada paso que daba, de que las personas continuaban haciendo su vida como si nada hubiese sucedido: las mismas risotadas estúpidas, las mismas riñas estériles, las mismas frases soeces, la superficialidad generalizada. Echando un vistazo alrededor deseaba con todas mis fuerzas que se abriese la tierra y engullese a todo el mundo sin piedad, que el universo estallase en mil pedazos para quedarme a solas yo y mi sufrimiento; de ese modo mi sufrimiento adquiriría la dimensión que merecía, no sería menospreciado ni ninguneado ni relativizado porque...cuando lo que has perdido es la belleza misma, el que alguien intente aliviar el sufrimiento que esa pérdida te ha ocasionado implica insultar la causa misma de tu sufrimiento. Mil veces hubiese preferido inflarme con él y reventar para quedar unida a él que permitir que me lo diluyesen y acabase siendo solo un hecho más de mi vida.
El resto de la gente tendría sus problemas, tal vez más trágicos y penosos que los míos. Yo simplemente había sufrido una pérdida, pero esa pérdida estaba tan ligada a mí que también me había perdido yo misma. De tal manera lo sentía así, que no acertaba a comprender si lloraba la pérdida por lo perdido en sí o porque con ello me había perdido yo también y estaba condenada a vagar en este mundo como un fantasma. Supongo que lo corriente en estas situaciones es enfadarse con Dios; en mi caso fue distinto, yo no creía en Dios, por tanto, ¿cómo enfadarme con Él? Solo restaba enfadarse con el azar y la nada, pero, ¿es posible acuchillar esto?
Y, como ya no podía mirar más al rostro de las personas, me acostumbré a elevar la mirada al cielo, a contemplar las estrellas, pues de alguna manera te presentía más allí que aquí; tú ya estabas allí, y contigo y en ti, una parte de mí lo estaba también.
Lo que antaño se me antojaba duro y desesperante era entonces aliviador: nada existía que me atase sustancialmente al resto del mundo. Ello conllevaba una cierta liberación personal y, a la vez, una mueca cínica a exhibir perpetuamente como marca propia. Un soñar, un vivir y un amar como si no estuviese por entero en mí misma; como si mi alma pugnase continuamente por salir de mi cuerpo al no encontrarse ya del todo completa en él.
Sigo caminando y pienso que yo también moriré. Tendré unas cuantas flores y quizá unas lágrimas desperdiciadas en el tiempo servirán para que un puñado de gente descubra que sus venas vuelven a hincharse de sangre más espesa, que la adrenalina juguetea por los rincones del organismo y escapa a presión hacia el cerebro donde las neuronas se ponen a trabajar frenéticamente agilizando su cometido. Su mente se sentirá más despierta que nunca y, al mismo tiempo, les parecerá como drogada. Lo llaman shock, y se trata de otro tipo de éxtasis, puede que el único valioso ya que nos iguala a todos al hundir sus raíces en la fisiología de la persona y no en especulaciones gratuitas producto de la imaginación, inteligencia y formación de cada individuo.
Y caminando medio drogada medio lúcida, llego hasta aquí, al año 2011, donde Internet facilita el compartir algo más importante que los conceptos, algo que incluso está por encima de los sentimientos...Internet permite desnudar el alma sin sentir demasiada incomodidad. Decía Nietzsche que si el animal humano pudiese contemplarse tal y como es, no soportaría la visión quedando horrorizado ante tanta fealdad y monstruosidad. Seguramente conmigo acierte, pero también sé que un ángel vivió entre nosotros durante treinta y ocho años, un ángel en la oscuridad que iluminaba mi existencia.
Y él, más que nadie, merece esta Bala de Belleza que espero os impacte directamente en el alma:
Cuando te leí esta poesía, me miraste y tus ojos se humedecieron. Quizá entonces ya sabías que el protagonista de la elegía serías tú y que yo iba a ser aquella persona que te la recitase el resto de mis días como una oración para ti.
Ojalá volvamos a vernos, vida mía.
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Tremendo, gracias por compartir.
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