lunes, 27 de septiembre de 2010
Una rosa blanca: Simone de Beauvoir
Hola Simone,
La verdad es que el hecho de estar escribiendo estas líneas para ti me provoca una tremenda vergüenza puesto que no me creo digna de describirte ni de dar a conocer a la gente tu grandeza, tu belleza, tu intelecto. Seré breve puesto que me tiemblan las manos de emoción ante la dicha de haber conocido a un ser humano como tú aunque fuese solamente a través de tu literatura.
En mi primer viaje a París tuve la fortuna de poder visitar tu tumba. Vi que había sobre ella una rosa roja con una tarjeta escrita en francés y un mensaje tan emotivo que me saltaron las lágrimas. La última vez que fui, no pude menos que visitar el Barrio Latino y tomar una taza de té en el Café de Flore, soñando, durante un breve lapso de tiempo, que tú estabas allí conmigo y podíamos compartir una hermosa charla sobre el existencialismo, o sobre el existencialismo y las mujeres, o sobre las mujeres y el existencialismo, o puede que solo sobre las mujeres.
Te leí por vez primera a los dieciocho o diecinueve años. Alguien comentó algo sobre la mujer de Jean Paul Sartre (ahora me da risa esa descripción) y mi espíritu inquieto no pudo menos que abordar con ímpetu una librería que había en la Calle Artes Gráficas donde se podía encontrar todo tipo de literatura filosófica. Compré -gastando todo lo que tenía- dos libritos que todavía guardo con mimo de la editorial Edhasa: Memorias de una joven formal y Cuando predomina lo espiritual. Vaya, ¿sobra decir que aquella noche no pude dormir apenas? Creo que caí en los brazos de Morfeo abrazada a ti, acariciando tus palabras, soñando con ese universo femenino que solamente tú pudiste plasmar de una manera tan preclara. La protagonista de tus historias era yo, Simone. Aquellos años adolescentes/juveniles repletos de pensamientos desdibujados, llenos de borrones y sin forma concreta, adquirieron por fin una dimensión ontológica completa. ¿Cuántas mujeres habrán sentido lo mismo al leerte? Sin duda millones de ellas. Yo también 'clavé un hacha en mi pierna' a modo de protesta existencial para dejar de ser la niña buena, el ser dócil, sumiso, servicial, abnegado...que todos veían en mí y que jamás existió. Simplemente lo crearon los demás y, a fuerza de repetírselo a sí mismos, acabaron por creerlo y, creyéndolo, pretendieron hacérmelo creer a mí imponiéndomelo como algo natural. Bueno, en mi alma conservo la herida del hachazo como una de las más dulces y necesarias de toda mi vida. Gracias por compartir la laceración conmigo, querida Simone.
Mirarte a los ojos se me antoja un ejercicio casi imposible. Tú no mirabas a las personas, directamente las clavabas, las penetrabas de un solo golpe de vista. No llego a adivinar si eres objetivamente guapa o no, a mí me pareces preciosa, pero...tienes un aspecto tan francés, tan burgués, que se me hace un tanto insondable. Tú en ti misma eres un arcano, un arcano maravilloso.
En fin, perteneces al grupo de mis intocables; de hecho, eres la única mujer que pertenece a él. Aunque he de confesarte una cosa: jamás llegué a leer El segundo sexo, tu obra principal. Y no lo hice porque no comparto contigo algunas de tus afirmaciones. Ocurre que esa obra había quedado caduca en ciertos aspectos cuando yo tuve noticia de ella y, ¡qué te puedo decir! soy una romántica, te asumo con tus defectos privadamente e intuitivamente, pero, leer ese libro en su totalidad me llevaría a asumir ciertos dislates públicamente e intelectualmente. Es lo que ocurre cuando se intenta definir al ser humano, se cosifica, y toda cosificación es susceptible de error en tanto que hablamos de algo vivo, en continuo tránsito y evolución. 'La mujer no nace, se hace', era el lema de tu obra, pero al liberar ese hacer, anulaste su nacer. Y ambos elementos son importantes, Simone. No obstante, armaste un buen revuelo, francesita. Hasta algunos intelectuales de la izquierda más activista pusieron el grito en el cielo. Aunque hubiese sido solo por eso, y por ver los rostros desencajados de la derecha conservadora mientras El segundo sexo se reeditaba y reeditaba debido a su gran éxito, mereció la pena parirlo. Olé tus ovarios:
Hace un año murió una rosa blanca de apenas dieciséis años aquí, en el lugar donde vivo. Lo que realmente quería plasmar en esta carta para ti es mi sentimiento de gozo porque además de morir, nacen también rosas blancas cada día; y, quién sabe, tal vez una de ellas pueda emular en un futuro no muy lejano a la primigenia, la verdadera, la que desprende el aroma femenino en su total esplendor: algún día puede que nazca otra rosa blanca como tú, Simone.
De todos modos, yo ya me doy por satisfecha por haber podido palpar un trocito de tu alma y enorgullecerme de ser mujer gracias a ti.
Gracias por existir y, como a ti te gustaba, al existir...ser, ser el paradigma de lo femenino y lo feminista ensamblados entre sí de un modo perfecto, sin odios ni rencores; fusionados ya para siempre en el Uno indivisible, en la rosa blanca, inmaculada, en el ser Mujer.
Ojalá podamos tomar un té algún día. Un beso, Castor.
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